Durante siglos, la frontera móvil que existió entre cristianos y musulmanes en la península ibérica, hasta la salida de estos últimos en 1492, estuvo poblada de personajes singulares, conformados en función del hecho fronterizo. Uno de estos personajes fue el Alfaqueque. Su existencia se remonta al siglo XIII, y su perfil inicial figura referido ya en los textos de Alfonso X como hombres de honor, conocedores de la lengua arábiga, cuya misión básica era rescatar a los cristianos esclavos de los musulmanes. Entre sus cualidades se exigían ser verídicos, desinteresados, instruidos y expertos con la lengua árabe, humanos y benévolos, valientes, así como tener algún patrimonio que garantizara su independencia y honradez. Este empleo era electivo en junta de doce hombres buenos. Los Alfaqueques, respetados por cristianos y musulmanes, tenían paso libre a un lado y otro de la frontera dado que su labor permitía mantener un mínimo de comunicación entre los dos bandos, incluso en las circunstancias más difíciles. Estos trujamanes solucionaban numerosos problemas que surgían en la peculiar convivencia que provocaba una frontera que, en la mayoría de los casos, no tenía respaldo físico. Fueron los representantes, en un sitio y época determinada, de una figura necesaria e imperecedera: el negociador discreto que permite el encuentro entre posiciones aparentemens irreconciliables. En los tiempos que corren la presencia de los Alfaqueques se hace especialmente necesaria.